Sin moverse ni un milimetro desde su posición, podía ver la otra habitación. Era una de esas noches como tantas, en que el aburrimiento llenaba el ambiente de su habitación.
Con un vaso de gaseosa, algo dulce para comer y la televisón como fiel compañera. Poco para ver, solo noticias o deportes. Estaban lejanos aún los tiempos del cable y muchos canales con los que por lo menos, poder hacer zapping.
Vivía en un departamento grande, un semipiso, con tres habitaciones amplias. Esa que ahora miraba, la más pequeña, había sido la suya durante la niñez. Pero ahora que ya era una adolescente y que había cumplido los 15, había decidido mudarse a la otra que era más grande, más luminosa.
Se había tomado mucho tiempo para decorarla, había llenado todas las paredes a modo de empapelado, con publicidades que le gustaban, posters de sus bandas favoritas, fotos, tantas cosas había pegado que ni en el techo quedaba un espacio libre. Siempre que alguien entraba se admiraba y sorprendia de la paciencia y la prolijidad con que estaba realizado todo eso.
En esa habitación había armado su pequeño mundo, estaba todo lo que necesitaba concentrado allí. Solo tenía que salir para ir al baño o buscar comida. O ir a ver como estaba él.
Quería poner el volumen más alto, pero no podía cerrar la puerta. Tenía que vigilar lo que pasaba en la otra habitación. Aunque en realidad, ella sabía lo que pasaba sin necesidad de ver.
Cada tanto miraba la hora, para ver cuanto faltaba. Ya tenía un poco de sueño y quería sacarse esa obligación de encima. Quería cerrar la puerta, tener un poco de intimidad, subir el volumen y que la televisión la arrullara para dormirse. Corrió la vista de la tele y miro una vez más de reojo. Estaba todo tan quieto, tan en silencio. Por un momento pensó en algo, pero no, no, no quería pensar esas cosas, sabía que estaba mal pensar así.
Hacía ya unos meses que las cosas no mostraban mejoras. Y lo habían llevado a esa habitación aprovechando la mudanza de ella a la mas grande. Alquilaron una cama ortopedica como esas que hay en los hospitales, habían puesto los pañales para adultos sobre la cama donde dormía de niña y colocaron la medicación que ella tenía que darle cada 6 horas, sobre la biblioteca donde estaban sus libros.
Desde ese momento, ella se quedaba todo el tiempo en su habitación y desde ahí lo vigilaba. Un año atrás había dejado el colegio y su responsabilidad más importante era cuidarlo. Pasaba todo el día sola en esa casa. La televisión y la comida se habían convertido en sus mejores amigas.
Había sido un año muy difícil. Era complicado convivir con alguien que no la reconocía, pero más complicado era no poder hablar con él como antes. Tantas veces había sentido que él la protegía y ahora se sentía tan sola. Miraba y él estaba ahí, pero ausente del mundo que lo rodeaba. Ausente de ella y de esas pequeñas cosas que compartían.
Volvió a mirar la habitación, seguía todo más en calma aún, miró el reloj, todavía faltaba un rato. Era algo automático, después de tantos meses esperando que fueran las 12 de la noche para preparar la jeringa y disolver la pastilla que tenía que hacerle tragar, los ojos se le iban solos para chequear que todo estuviera bien en la habitación y luego ver la hora. Cada diez minutos, una y otra vez la misma rutina.
Recordó lo que le habían dicho antes de pasarlo a esa habitación: "No va a ir a ningún geriátrico, se va a quedar acá." Y ella con todo el amor, había aceptado el rol de ser su enfermera, porque así tenía que ser. Porque...cómo se puede ser una buena persona si no es así? Esa es la única manera. Darse integramente por el otro, inclusive dejando la propia vida en el camino, o no?
Volvió a mirar y por un momento sintió miedo. No a lo que podía pasar, sino a sus propios pensamientos. Los sacó de la cabeza y trató de pensar en algún recuerdo bello. Nada vino a su cabeza. Los pensamientos que quería sacarse, la invadian cada vez peor. Su corazón empezaba a latir más rápido y fuerte.
Se levantó tratando de no hacer ruido, se paró en el marco de su puerta, y con la cara apoyada se asomó levemente para ver que pasaba en la 3era habitación de la casa. Nada, solo ronquidos. Le dió un poco de envidia verla dormir tan plácidamente, mientras ella cargaba con tener que esperar ese maldito horario y ser la responsable de llenar la jeringa con agua, poner la pastilla hasta que se disolviera, hacersela tragar, ayudarlo a estar cómodo en la cama, oler ese olor a mierda que había en la habitación, escuchar sus quejidos, tratar de hacerle una caricia que lo reconforte, no entender una palabra de lo que decía, ver la profunda tristeza en sus ojos, y con todo eso adentro, irse a dormir.
Una vez más en una larga lista, le pareció que la vida era injusta.
Dió una mirada a la otra habitación donde estaba todo más silencioso que antes, miró otra vez al reloj y volvió a la cama. Volvió a mirar, era como si los ojos se le fueran solos, y pensó que era raro no ver la respiración de él. A esas alturas, con lo flaco que estaba, normalmente veía como su tórax subía y bajaba rítmicamente. Pero ahora no.
El corazón se le salía del pecho, estaba nerviosa y por su cabeza pasaban los pensamientos muy rápidamente. En su interior, muy dentro, sabía lo que estaba pasando. Pero no quería ser ella la que tuviera que vivir ese momento. No quería tener que despertarla para darle la noticia.
Tratando de fingir que nada pasaba, volvió a su cama. Se sentó, miró la tele sin ver y sus ojos se movieron automáticamente a la habitación. Comenzó a llorar. Estaba muerta de miedo.
Como pudo junto valor, se levantó y entró a verlo. Hizo un solo intento por despertarlo.
Por ocho años más vivió en esa casa. Nunca pudo volver a dormir con la puerta abierta. Sus ojos no podían dejar de mirar la habitación.