Nuevamente la invadía el insomnio, era otra de esas noches interminables. Para peor, se replanteaba su vida. Un tarea no apta para esa hora de la madrugada.

Ya se sabía de memoria la cantidad de haces de luz que se filtraban por la persiana entreabierta. Esta era la hora en que no se escuchaba un solo sonido de la calle. Por experiencia sabia que mas temprano todavía se oían los ruidos de los departamentos vecinos que iban cesando lentamente sus actividades para irse a dormir. Y sabía también que mas tarde, cerca de las 4 o 5 de la mañana, cuando comenzaban a cantar los pájaros, se volvían a escuchar ruidos de algunos colectivos que llevaban a los mas madrugadores de la ciudad a sus trabajos.

Pero a esta hora nada, todo era un silencio absoluto. Solo la respiración rítmica de quien dormía a su lado sin sospechar que ella estaba en vela y lloraba. No sabía que otra vez los recuerdos la torturaban y no la dejaban dormir. Había querido acariciarla antes de dormir, pero ella lo había rechazado con cualquier excusa tonta.

Últimamente no quería que la tocara, era como si esas manos que siempre habían sido tan suaves se hubieran vuelto asperas y le molestaran. Quería sentir el interés de otro por su cuerpo, pero cuando llegaba el contacto físico, no lo soportaba.

Esta noche en medio del insomnio y las lágrimas, ella se preguntaba que decisión o mas bien, que conjunto de decisiones, la habían llevado a tomar este camino que la alejaba tan abismalmente, de su deseo original.

Se preguntaba como era posible que teniendo desde siempre tan claro lo que quería, una noche como esta se diera cuenta que había errado el camino y que estaba mas lejos que nunca de tenerlo. Que había equivocado la forma, la manera, el lugar, y fundamentalmente, el tiempo. La vida corria a mil por hora y ya no podía frenar nada de lo sucedido. Era tarde.

Se levantó cansada de llorar con la garganta acalambrada para no hacer ruido, secó las lágrimas en pañuelos de papel y se dispuso a escribir. Mágicamente, y despues de mucho tiempo, las condiciones estaban dadas para eso.

Se pregunto si después del sufrimiento, había otro impulsor para sus deseos de escribir. Y recordó que toda su vida había escrito, siempre en privado, motivada por el dolor. Entonces entendió que hay cosas que no cambian.

Cuando la angustia empezó a aflojarse, suspiró como esos bebes que lloran durante mucho tiempo y que luego dormidos, hacen un profundo suspiro de alivio. En ese momento recordó el motivo por el que siempre había escrito. Para aliviar ese dolor.

Sintió frío en las piernas, estaba sentada cerca de la ventana y era una noche ventosa. Terminó el relato y volvió a la cama.

Ojalá se haya podido dormir.