Amor de Playa y NX 250

Se conocían de toda la vida. Esas maneras de decir de pueblo, de gente grande. Ella era una pequeña mujer, y él apenas jugaba a sentirse hombre.

De repente el verano los sorprendió. Ella recién llegaba con su familia. Y se saludaron como cada año, cuando se reencontraban en el mismo lugar. Se preguntaron de sus vidas, charlaron un poco y se pusieron al día. Era extraño ya que en el invierno estaban bastante más cerca. Pero el verano y el lugar, tenían la magia que permitía el reencuentro.

Eran vecinos de la casa de veraneo. Amigos de toda la infancia. Él siempre se había sentido atraído por ella, sus ojos siempre se habían detenido para observarla. Ella que era dos años mayor y lo veía como al hermano mas chico de Dante, su amigo de la playa.

Pero ese verano, el hermanito que antes molestaba cuando querían jugar a algo de "grandes", ya no era tan chico. Lo descubrió cuando él se acercó y ella prácticamente no lo reconoció, hasta que vio sus ojos negros y allí, encontró a Diego.

Se quedó sola pensando y después de un rato, cruzó la medianera que separaba las casas. Algo le había quedado rondando en la cabeza. No sabía si era la charla rápida, los ojos negros, los rulos de su pelo o la remera blanca. Ver a un hombre vestirse con una remera blanca y jeans, siempre le había gustado. Era como la simpleza del buen gusto. Y además, debajo de esa remera blanca, había descubierto el cuerpo de un hombre.

Mientras esperaba que él bajara de su cuarto, en su cabeza revoloteaba su sonrisa, o sus ojos, o más bien esa forma de mirarla que había tenido durante la charla. Una mirada profunda, intensa que parecía penetrarla y descubrir todos sus secretos. Había cosas que no hacía falta hablar, se conocía desde hacía tanto. Y entonces mientras esperaba, sentada en el umbral de la puerta, la vio.

El salió y le mostró lleno de orgullo la moto que se había comprado con los ahorros de su primer trabajo. Sabía que era una de las debilidades de ella. La moto, la marca...la conocía tanto. Por eso la invitó a dar una vuelta. Secretamente, había esperado años este momento. Años para que ella comenzara a verlo, realmente.

Cuando arrancó el NX 250 y sintió las manos de ella apoyarse en su cintura, Diego confirmó que lo que sentía era verdadero. En algún momento lo había dudado, claro. Era un amor idealizado, soñado desde la inocencia de quien se enamora de una chica más grande sabiendo que, indefectiblemente no va a ser recíproco. La adoraba y la admiraba en silencio. Y ahora poder estar con ella y llevársela a andar en moto por la playa, era casi como un sueño hecho realidad.

Llegaron hasta la costanera, él paró la moto. Ella se sentó en el murallón y le sorprendió ver que ya estaba atardeciendo. Y era un increíble atardecer sobre el mar. El sol se derretía sobre el océano y los colores se esfumaban en el horizonte. Diego se sentó a su lado y empezaron a conversar de cosas que ninguno recordaría luego de un tiempo.

-Vos me gustás, lo sabés?, le dijo Diego.
Ella agachó la cabeza y sonrió. Sintió su mano tomarle la carita y hacer que lo mire nuevamente a los ojos.
-Me dejás que te de un beso?, volvió a preguntar
-Hay cosas que no se preguntan, respondió ella.

Lo que pasó después fue una hermosa historia de amor, en la que dos personas que estaban creciendo descubrieron lo bueno y lo malo del amor.

La inocencia de hacer el amor a escondidas, lo divertido que podía ser el sexo con entendimiento, la magia de besarse bailando un lento, lo maravillosamente único que es sentirse amado, lo terriblemente cruel que es no ser correspondido, lo mágico que es un primer "te amo" tanto para el que lo dice como para el que lo escucha, pero lo triste que puede ser no recibir una respuesta a cambio...

Cuando el verano terminó, la ciudad no fue un ámbito propicio para que esta historia continúe. Hubo idas y vueltas en moto, mal entendidos, comentarios malintencionados, y terminó.

El día en que ella le pidió que no se vieran más, Diego no pudo evitar ponerse a llorar y preguntarle que era lo que él había hecho mal. Le pidió que le diga que tenía que hacer para que no se terminara. Le preguntó si recordaba todo lo que él la quería.

Ella también lloraba. Pero no podía explicarle, porque estaba convencida de lo que hacía. Sus motivos eran válidos en ese momento. No podía explicarle que otra vez se sentía en el medio y que estaba obligada a hacer una elección.

Una elección que más adelante, entendería como el primer gran error de su vida. Pero los lamentos y los arrepentimientos siempre llegan tarde.

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