Laura y el Mar (una más que faltaba acá)

El día era tibio y aunque ya el verano había pasado, algunos días todavía se podía disfrutar de una temperatura agradable.

Laura tomó su bicicleta y pedaleo hasta la playa. Cuando llegó no había casi nadie.

Era su hora favorita, la del atardecer. La hora en que el sol se fundía con el mar y ella en la soledad de la playa podía disfrutar de los colores y del silencio.

Apoyó la bicicleta contra un muro de la costanera y comenzó a bajar los pocos escalones que la separaban de la arena. Caminó descalza hasta el mar, mientras la suave brisa le revoloteaba entre su cabello y no percibió que alguien la estaba mirando.

Laura era joven, en su interior casi una niña, pero era muy nostálgica. Siempre había tenido a quien extrañar, una madre, un padre, un amor, un hermano…y fue esa misma nostalgia la que la hizo ir ese atardecer a la playa.

Al llegar a la orilla del mar, levantó su larga pollera que le rozaba los tobillos y dejó que las pequeñas olas le mojaran los pies. El agua estaba fría, ya era Abril.

Quien la observaba pensó en lo hermosa que era esa mujer que caminaba como sobre una nube y mojaba con el agua del mar, sus pequeños pies. Cuando la vio acostarse sobre la playa sin que le importara si su pelo se llenaba de arena, le interesó aún más seguir mirándola.

Laura apoyó su espalda y sintió la tibieza que todavía se mantenía en la arena, tomó pequeños puñados con sus manos y jugó durante un rato con la arena mientras, con los ojos cerrados, escuchaba a las gaviotas y el sordo ronquido del mar.

El mar siempre había sido algo especial para ella, pero ese lugar, esa playa, sentía que era su lugar en el mundo. El único lugar en donde se sentía conectada con el universo y en donde todo era posible. Un lugar en donde las dimensiones cambiaban, allí los grandes problemas parecían pequeños comparados con la inmensidad del mar, y el profundo amor que sentía parecía tener una fuerza gigantesca…ella quería ser la marea, quería ser parte de eso y poder estar del otro lado del mundo en solo un momento.

Sus ojos no podían dejar de mirarla…le seducían sus caderas, su manera de moverse, el tono de su piel, la manera en que se arreglaba su largo pelo. Por un momento hasta fantaseó y se vio haciéndole el amor. Pensó en bajar más cerca de la orilla y hablarle, presentarse, pero no quería molestarla. Parecía como si ella estuviera manteniendo un ritual, se la veía como en otro plano y no sabía si interrumpir todo eso. Además, le fascinaba mirarla y que ella no lo supiera.

Abrió lentamente los ojos y se sentó de piernas cruzadas, ya el sol estaba llegando a tocar el horizonte y no quería perderse ni un momento de ese atardecer. Era muy especial. Era el último. Había tomado una determinación y luego las cosas ya no serían como hasta ahora.

Sacó un papel de su morral y releyó una carta que había escrito la noche anterior. Era una carta breve, una carta simple, una carta de despedida. En realidad era un borrador del original que ya le había echo llegar al destinatario. Laura no había tenido el coraje de hablar y había preferido escribir, siempre era más fácil así.

Concentró su vista en el horizonte, esa bola de fuego ya comenzaba a fundirse en el agua y a formar unos colores maravillosos, únicos. Tuvo un escalofrío y no supo si estaba desabrigada o era una sensación de ese momento.

El seguía mirándola. Pero sentía que era un momento especial y que no tenía que interferir. Pensó que el pueblo era chico y que seguramente la volvería a ver para poder hablarle. Miró su reloj y pensó que ya era tarde para seguir en la playa. Subió a la costanera y comenzó a caminar lentamente. Antes de alejarse demasiado, volvió a mirarla y grabó esa imagen del atardecer y ella en la playa…era mágica. Más de una vez en el largo recorrido que lo separaba de su casa giró su cabeza, esperando verla.

Faltaban apenas unos minutos para que el atardecer terminara por desaparecer y llegara la oscuridad de la noche. Laura comenzó a sentirse más triste aún. Pensó en los motivos por los que había tomado esa determinación y evaluó si estaba mal lo que estaba por hacer.

Se puso de pie y miró a su alrededor. No vio a nadie. Estaba sola. Era el momento que esperaba. Dejó su morral, se sacó la pollera y caminó hasta la orilla del mar. Volvió a mirar a su alrededor, vio a una persona caminando por la costanera, pero nada más.

Deseo con todas sus fuerzas que él estuviera allí. Que la rescatara.
Pero no había nadie. Solo ella. Y ella no tenía más fuerzas.

Decidida, caminó hacia el mar y con las mejillas inundadas de lágrimas, se dejó llevar.

Cuando él llegó de la playa, encontró una carta pegada a la ventana de su casa. La abrió y vió que estaba firmada por Laura.

“No conozco a ninguna Laura” -pensó.

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