De Princesas, Brujas y Dragones

Había una vez una princesa.

Desde el mismo momento de su nacimiento había sido el motivo de felicidad de sus padres. La habían soñado y anhelado durante tanto tiempo, que la vida había tomado real sentido para ellos con su llegada.

El rey en un enorme salón, observaba a la pequeña princesa en los brazos de su madre y con toda su vida por delante, parecía que todo era posible. Por su cabeza cruzaban imágenes de todas las cosas hermosas que podría experimentar su hija. La reina mientras la mecía, soñaba con darle una educación llena de libertades, soñaba con enseñarle a amar, a ser feliz.

Pero faltaba muy poco tiempo para que la historia se torciera, de manera abrupta.

Un día cualquiera, el rey llegó tarde luego de su usual recorrido por el reino. Entró al cuarto matrimonial y encontró a su mujer tendida sobre la cama. Estaba bañada en sangre. Su primer pensamiento fue que algún enemigo había irrumpido en el castillo y en venganza, había asesinado a su esposa. Estaba equivocado, pero ese no era momento de analizar nada. Vio a su hija en la cuna, que lloraba y gritaba sin entender lo que estaba sucediendo.

Lo que siguió fue solo confusión y desesperación. No hubo médico, curandero o brujo en el reino que pudiera salvarla. Con su amada en los brazos, el rey le pidió que resista. Su reina solo le pudo responder que cuidara de la pequeña princesa. El rey creyó morir. Y quizás, realmente una parte de él murió con ella.

Una vez pasada la desesperación y el desgarro, el rey cayó en un estado de sopor. Ya nada le interesaba. Nada despertaba el más mínimo estado de alegría. Todo era oscuridad y dolor. En ese estado sintió que no era bueno estar cerca de su hija, que no podía darle nada positivo. La entregó a una de las más reconocidas institutrices del reino. Todos decían que había sido una gran madre para muchos. Y él confió.

Le escribió unas líneas para que la pequeña princesa, algún día comprendiera: "tu madre recién muerta, y vos tan iluminada...". Era el reflejo de su reina y los recuerdos dolían demasiado. Besó a su hija en la frente, y la entregó en brazos de quien haría de la vida de su hija, una vida gris.

La reconocida institutriz, era en realidad una bruja. Su aspecto lo disimulaba, pero su alma estaba llena de maldad y de rencor. Recluyó a la princesita a un cuarto en la torre más alta del castillo y puso un feroz dragón en las afueras del mismo, para que ella nunca quisiera salir. Y también, para completar su plan, creó una historia que le contaría a lo largo de los años.

La pequeña comenzó a crecer, sin recordar en absoluto a su madre y con algunas visitas esporádicas de su padre. Nunca entendía porque ella no podía irse con él. Pero no preguntaba. Sentía que preguntarle a su padre, era lastimarlo más. Pensaba que ella no era todo lo que él había soñado de una hija. Seguramente no era ni tan inteligente, ni tan bella, ni tan buena.

Por supuesto la historia de la bruja, colaboraba con esto. La niña no dudaba de sus dichos y creció sabiéndose responsable de la muerte de su madre. Eso y ser la directa responsable de la infelicidad de su padre, era una carga demasiado pesada de llevar. Todas las noches la pequeña se dormía por sentir un gran cansancio. Se dormía agotada de tanto llorar.

Su vida fue triste y gris. Llena de dolor y soledad. Hasta que un día la pequeña vio en su ventana a una paloma. Una hermosa paloma blanca que le traía un mensaje. Lo leyó, y no entendió. No podía ser cierto. Volvió a leer y pensó que quizás había algo de verdad en eso. Era un mensaje de alguien que la había visto nacer y que le estaba revelando la verdad de su historia.

Miró por la ventana y al ver el horizonte, quiso saber que había más allá. Más allá de las cosas en las que había creído durante toda su vida. Más allá de aquel encierro en el que se había sumergido. Miró al dragón que, con su aspecto feroz, custodiaba la entrada. Sintió mucho miedo pero algo en lo mas profundo de su alma le daba una fuerza increíble para salir de allí.

Cuando llego y miro la enorme puerta de madera dudó, pero fue solo un segundo. Abrió y salió rápido. Ese día lleno de sol, la pequeña comprendió que el dragón era inofensivo. Que lo que realmente le había impedido salir de allí durante todos esos años, eran sus propios miedos.

La princesa salió corriendo lo más rápido que pudo. Lloraba y reía al mismo tiempo. Estaba muerta de miedo, pero era feliz. Quienes la vieron dicen que mientras corría, un ángel la seguía detrás, acompañandola.