La Casa de Flores

Apenas entendía.

Esa pequeña, en aquel momento tendría unos 11 años. 11 inocentes años.
Estaba comenzando 5º grado en la escuela primaria; trataba de memorizarse las tablas, y aunque siempre le iba bien en el colegio, jamás las aprendería.

Quizás por todo lo que estaba por suceder.

Todavía jugaba a las muñecas o a la secretaria en su cuarto del semi piso donde se había criado, su mayor ilusión del año eran las vacaciones. Su mar, la casa de la playa, las amigas de verano, creía que de grande iba a ser maestra, sentía que era feliz, que la vida era perfecta, pensaba que tener 2 papás y 1 mamá era de las cosas mas normales del mundo.

Un día cualquiera, de repente, la burbuja en la que habían tratado de mantenerla aislada de su propia realidad, había explotado abruptamente y ella apenas entendía lo que estaba sucediendo.

Se vio sentada en el sillón de orejas, de un solo cuerpo y con ese respaldo enorme que estaba en el living, allí donde se sentaba su bisabuela judía, con sus uñas siempre impecablemente pintadas de rojo, a dar órdenes y criticar eternamente a cada integrante de la familia. Quizás por eso, cuando creciera nunca se pintaría las uñas de rojo...quizás por eso ella nunca sería ese prototipo de mujer que fueron su bisabuela y su abuela paternas.

Sentada allí, no podía hacer más que abrazar a su muñeca preferida, como si eso pudiera protegerla de lo que pasaba. Los gritos la aterrorizaban, nunca los había escuchado. En esa casa nunca se escuchaba una discusión, todo era perfecto.

Solo después de muchos, muchos años, se enteraría de lo que sucedía en una de las habitaciones mientras ella esperaba, con su carita asustada, sentada en ese sillón.

Su padre y su abuelo, se la disputaban.

Su padre luchaba por lo que siempre tendría que haber sido suyo. Su hija. Y los abuelos, supuestos salvadores devenidos en apropiadores, no le permitían llevársela. Que no le podía dar nada, que no tenía nada, que su vida era un desastre, que no tenía conducta, que vivía con una manga de vagos...

Geniales conclusiones de una realidad que ellos mismos habían generado.

En el fragor de la discusión con su propio hijo, el abuelo sacó el arma que guardaba en el placard. Lo amenazó y le dijo que si se llevaba a la pequeña, sin dudarlo, lo mataba.

Pelearon, forcejearon y luego de casi romperle un brazo al abuelo para tirar el arma por la ventana, el padre tomó a su pequeña hija y se la llevó en medio de gritos.

Apenas entendían lo que estaba sucediendo, padre e hija. Tomaron un taxi y llegaron a la casa del barrio de Flores.

La casa era enorme, era antiguamente hermosa, pero estaba muy deteriorada. Tenia más de 6 habitaciones, una cocina que la pequeña nunca recordaría bien, patio, todo muy espacioso y amplio, un comedor grande y un living inmenso, donde había una tele en una mesa ratona y un gran sillón.

Era una casa tomada, cuando todavía no existía la moda de los okupas. No se sabía bien cuanta gente vivía allí, pero eran muchos. Había una sala de ensayo, un taller plástico, en el patio unos zancos que eran del payaso.

Esa pequeña que recién salía de su burbuja, comenzaba a descubrir un mundo nuevo, que le era ajeno, desconocido, atemorizante.

Dormía en la habitación que era de su padre hasta ese momento. El le había dejado ese rincón privado, protegido del resto de la casa. Era una mínima habitación de 2x2, que estaba al fondo de todo, antes de llegar a la terraza subiendo una intrincada escalera caracol.

En ese cuarto había telas colgadas en las paredes, posters de músicos, un colchón de una plaza en el piso con una colcha pallette turquesa que nunca olvidaría.

En esa casa vivía otra niña, unos años mayor. Juntas jugaban, se divertían y la pequeña aprendía lo que era realmente vivir como una niña normal. Lo que para la mayor eran travesuras, para la pequeña era darse cuenta de que hasta ese momento, jamás había vivido.

Juntas robaron cigarrillos a uno de los que vivía en la casa, de un paquete olvidado sobre una mesa y los ocultaron detrás un poster de un cantante de rock. Esa ínfima habitación tenía una única ventana y sería allí donde la pequeña fumaría un cigarrillo por primera vez. Fumaría hasta los 25 años y después lo dejaría, pero siempre, siempre que se sintiera nerviosa o muy deprimida, desearía encender uno otra vez.

Una noche, de madrugada mientras todos dormían, las niñas desearon llenarse la panza de golosinas. Tomaron un dinero que tenían escondido y salieron a la calle. La avenida era enorme, había muchos autos, la pequeña sentía vértigo, miedo, adrenalina mientras caminaban rápidamente hasta la esquina.

Al llegar, mientras esperaban el semáforo rojo para cruzar, la pequeña tomó fuerte la mano de su amiga. La mayor se soltó y le dijo que ya eran grandes para andar de la mano. La pequeña no pudo explicarle que por primera vez, cruzaba sola la calle.

Esa casa fue para la pequeña un despertar para muchas cosas. Vio cosas que no tendría que haber visto, y que sin dudas comprendería solo con el paso de los años.

En esa casa fue que la pequeña vio por primera vez una escena de sexo en la televisión, hasta ese momento tenía prohibida la televisión luego de las 9 de la noche.

Pero no fue eso lo que más le llamó la atención, si bien se sentía impactada... Lo que más le interesó fue ver como toda la gente reunida alrededor de la tele, hombres y mujeres, disfrutaban.

Descubrió que el sexo, sin saber bien que era, no era lo que le habían querido inculcar. No era algo prohibido, malo, macabro...

En esa casa, vio como su padre en la mesa ratona, "usaba" lo que a ella le decía era un "remedio para el resfrío".

Siempre, eternamente aunque quisiera olvidarlo, recordaría la imagen de su padre con el tubito de una birome bic, aspirando sobre el vidrio.

El día en que la fueron a buscar tenia el pelo enredado luego de 4 días de no peinarse y de más de un mes de no ir al colegio.

Ella misma bajó la escalera para abrirle la puerta a quien venía a rescatarla; aunque su sensación era que volvían a encerrarla en aquella burbuja de irrealidades.

Sabía que debía volver, pero ella solo quería quedarse. Quería estar cerca de su padre.

Luego de esto, ya nada sería igual, la pequeña crecía.

Con el paso de los años, esa pequeña convertida en mujer intentaría tenazmente tener una vida normal, que nunca lograría.

3 charletas:

Christian dijo...

Las cosas que vivímos de chicos, siempre nos marcan. De una u otra menara son cicatrices que el tiempo (a veces) no lograr borrar.

Bea dijo...

Durísimo.

Ningún lugar era apto para una pequeña, ambos tenían su parte mala cuando tendría que haber sido algo sólo bueno.

Fue como robar la infancia (espero que no toda)

Como siempre digo, qué bien escribes.

Perdón por opinar, sé que visto de afuera es muy fácil hacerlo.

Beso enorme.

CaroTros® dijo...

Christian:

Esperemos que, aunque las cicatrices no se borren, se puedan llevar con menos dolor. Es un trabajo arduo, pero en eso estamos.

Gracias por seguir volviendo.

Beíta:

Me robaron muchas cosas en el camino, pero como me dijo un gran amigo suyo hace poco (y es una frase que todavía me da vueltas en la cabeza), "siempre algo queda".

No sería la persona que soy hoy si todo aquello no hubiera sucedido. Y es mi mayor orgullo ser quien soy, después de todo.

Gracias por los piropos y siga opinando que si yo no quisiera opiniones o críticas, no escribiría acá. La quiero...

Caro.